miércoles, 13 de febrero de 2013

violencia homofóbica en La Plata




Domingo 10 de febrero de 2013
Aproximadamente 5.00 am

PLAZA ITALIA

Rodrigo B. (21) y Marina E. (24) hablan de amor mientras van a comprar una birra a un kiosco: “No alcanzan las palabras para el amor, hay cosas que el castellano no llega ni a nombrar.”

-¡YO A LOS PUTOS LES PEGO!
    Hombre. Aprox 35 años, aprox 80 kg. Acompañado de mujer.
Rod y Marina siguen caminando.

-¡YO A LOS PUTOS LES PEGO! El hombre se levanta del banco de la plaza.
 R. y M.: - ¿Qué te pasa? ¿Qué te hicimos?
-VOS MOVETE, A ÉL LO MATO. Escupe a Marina, golpea a Rod. Rod empuja una mesa de la feria.
Marina: -¡ROD, CORRÉ!

Rod corre por diagonal 74, el hombre lo corre gritando y amenazando, Marina corre atrás, aproximadamente 2 cuadras. El hombre se cansa, grita enfurecido.
Marina y Rod: -No lo puedo creer, hace mucho no me pasaba algo así... (jadean)

-¡PUTOS! 2 hombres
-¡PUTOS! 5 hombres
-¡NOSOTROS MATAMOS PUTOS! 5 hombres (aprox 30 años, vestidos para salir)

Marina siente un golpe fuerte en la nuca: Hombre 1  esgrime un palo. Hombre 2  (aprox 1.80 mts, 85kg) la sostiene de los brazos, Hombre 1 le pega repetidas veces en la cabeza, en la nuca y en la espalda.

Mientras tanto... Rodrigo recibe un botellazo que se rompe en su cabeza, cae a la calle. Hombre 3, Hombre 4 y Hombre 5 lo patean, lo golpean con una cadena y botellas. Cuando Rodrigo ya no se mueve deciden que es suficiente, y Hombre 4 se acerca a Marina y le propina una piña en la espalda.
Marina pide repetidas veces ayuda a los 2 patovicas del boliche Hemisferio, y a la gente en general. No hay respuesta, miran.
Marina ve a Rodrigo bañado en sangre, tiene la cabeza abierta y las piernas heridas.
Hombre 1 y Hombre 4 se escapan en moto
Rodrigo les dice – Esto es lo más maricón que hicieron en sus vidas.

Rodrigo intenta subir a un taxi que estaba parado viendo todo; éste se niega.
Rodrigo y Marina se van caminando, solxs.

Hospital

Rodrigo: Múltiples heridas contuso cortantes en cuero cabelludo y miembros inferiores (sutura.) Marca de cadena en la espalda.
Marina: Heridas contusas en cuero cabelludo y espalda.


Esto que narro nos ocurrió hace menos de tres días, entre la esquina de 6 y 43, y la puerta del boliche Hemisferio; ante la mirada incólume de los transeúntes (que se mantuvieron entre el “No te metas” apuntalado por el último gobierno de facto; y el placer del escarnio público a un “par de putos” que, al fin y al cabo, nos lo merecíamos), atravesado por nuestros gritos que clamaban por un llamado a la policía, y por ayuda a los dos patovicas del boliche Hemisferio, que nunca fueron atendidos.


“Esta ‘heterosexualidad obligatoria’ es, antes que nada, un régimen político –institucionalizado por medio de arreglos legales, culturales y económicos– en el que el privilegio masculino y heterosexual es sistemáticamente construido a costa de la subordinación y el desprecio hacia lo que es percibido e identificado como femenino o en disidencia de la norma heterosexual. “ Adrienne Rich


Durante la golpiza los cinco hombres no  dejaban de gritarnos “nosotros matamos putos”, y a mí (Marina), mientras me golpeaban me gritaban “puto, puto, puta de mierda”; desplazando mi identidad hacia cualquier lugar habilitado por ellos, en la incapacidad de nombrarme lesbiana, de reconocer en voz alta a quién y a qué estaban castigando.

En la compleja trama de relaciones de nuestra sociedad, el homosexual (y más aún la mujer transgénero) simbólicamente renuncia a los privilegios del varón, y además adquiere rasgos “femeninos” con lo cual se hace acreedor de la violencia opresiva que se reserva a las mujeres;  e incluso le representa al homofóbico una amenaza a su propia hombría y privilegios. Al violentar al puto, estos hombres le “enseñan” a no mancillar la categoría del varón, lo ponen en “ su lugar”, en la subordinación.
Por su parte la lesbiana, representa directamente una amenaza a su jerarquía, ya que no hay forma de que entre en su mundo de varón y de heterosexual; la lesbiana atenta contra el exclusivo poder que detenta el varón sobre la mujer como objeto de placer y de deseo, se presenta fuera de su alcance, y se materializa como una “usurpadora” del poder del varón. Ergo, el fin último de la violencia es excluyente, es decir, eliminarlas, o correrlas de esa identidad; para esto, ¿cuáles serán las formas más efectivas?: asesinarlas, o “educarlas” en la heterosexualidad, a través de las amenazas, la invisibilidad, el abuso y las violaciones. El único lugar habilitado para las lesbianas en el universo patriarcal y heteronormativo, es a disposición del hombre, en la pornografía y fantasías; pero representan una amenaza y objeto de odio cuando lo “prohibido” se hace público. Es decir, las sexualidades no normativas son toleradas y fuente de gozo en lo privado, “al servicio” del varón tirano; pero generan extrema violencia cuando caminan a la luz del día.
Finalmente, las personas trans/trav condensan en su identidad, ante el terror de los hombres, la prueba viva y orgullosa, de que el modelo dicotómico varón-mujer es irrisorio, endeble y asequible de extinguir.
En resumen, la violencia simbólica y física que ejercen estos varones homolesbotransfóbicos, refuerza los límites y la distancia entre el “yo” y el sujetx peligroso, reafirma la jerarquía del varón, y la subordinación y deseo de exterminación de las identidades disidentes, además de “advertirnos” sobre los riesgos de subvertir el orden jerárquico.



                                      


Todo este odio coyuntural se enmarca en una violencia estructural, regulada por un estado que reprime, que origina pobreza, desempleo y desigualdad como consecuencia directa de las formas de producción y de las políticas sociales, enmascaradas con pequeñas concesiones que no hacen más que producir pasividad e ignorancia. Este gobierno, funcional a la iglesia y a la burguesía, violenta pobres, villerxs, mujeres y personas LGTB, generando marginalidad y oprobio.

Este estado, además, nos niega a las personas LGTB políticas e instituciones análogas a las descritas en la Ley de protección para erradicar la violencia contra las mujeres. Esta ley, triunfo del movimiento feminista, movimiento de mujeres y LGTB,  garantiza (más allá de sus resultados inciertos) políticas públicas contra la violencia hacia las mujeres, remoción de patrones socioculturales que promueven la desigualdad de género y las relaciones de poder sobre las mujeres, acceso a la justicia de las mujeres que padecen violencia. Todas medidas tendientes a la igualdad entre el hombre y la mujer, los dos géneros reconocidos, que (más allá de la manifiesta y violenta opresión de aquél a ésta) EXISTEN. Sin embargo, no hay reconocimiento de la necesidad de regular la violencia que se ejerce contra las identidades disidentes, que atentan contra la heterosexualidad institucionalizada y obligatoria y su sistema dicotómico que excluye y violenta todas las otras subjetividades.

Modificar leyes, hacerlas más efectivas, aumentar penas... Sin duda las leyes tienen consecuencias reales y también simbólicas, pero no serán nunca efectivas si no hay cambios sociales, no mientras la moral y la cultura sustenten el odio. La homofobia y los prejuicios sexistas son una práctica colectiva, eminentemente masculina, organizada e institucionalizada, sea ilegal o no, motorizada por los medios de comunicación, nuestras familias, y nosotrxs mismxs.

Desde su consolidación, el sistema patriarcal y heteronormativo intenta subyugar nuestras identidades a través no sólo de la violencia explícita: amenazas, golpes, asesinatos, insultos, escupitajos; sino también perpetuando la violencia simbólica: ridiculizando a gays, lesbianas y personas trans en las publicidades, en los programas de televisión (incluso en los “progres” y oficialistas como peter capusotto), reafirmando estereotipos prejuiciosos, invisibilizando las identidades LGTB de las víctimas de agresiones (caratulándolas como peleas callejeras, inseguridad, crímenes pasionales.)

Este odio se gesta y se reafirma, de hecho, en nuestras casas, como una forma de violencia aparentemente sutil que está siempre presente en nuestros imaginarios, y que no parece abiertamente conflictiva: la reafirmación en las casas y escuelas del modelo impuesto de nena/mujer (débil, sumisa, madre, sensible, limpia, complaciente) y de nene/hombre (agresivo, sexual, inteligente, valiente, práctico); los juegos que se le imponen a cada género; la desvalorización de las identidades de niñxs LGTB que son agredidxs y burladxs por familia, compañeros y docentes; los insultos que nuestras propias familias y amigxs esgrimen a diario (puto, puta, tortillera, machona, trava, culorroto, chupapija) y que incluso son bandera de movimientos sociales y partidos de izquierda “revolucionarios” al momento de agraviar a los políticos más miserables.


Para generar un cambio consistente en la sociedad, que revierta –con prioridad-  la violencia física y, más profundamente, la violencia simbólica y cultural; es urgente una revolución en las plazas, en las casas y en las camas: vivamos en el compromiso de eliminar en las casas y escuelas juegos y juguetes sexistas, buscar alternativas frente a los estereotipos y performatividades que se esperan de lxs niñxs, eliminar la heterosexualidad obligatoria en los procesos de escolarización, derrocar el sistema patriarcal y las relaciones asimétricas sexistas en los hogares, educar en el respeto hacia lo diferente, eliminar los agravios homolesbotransfóbicos de nuestro idioma.

-          Exigimos una Ley de protección para erradicar la violencia contra las personas LGTTTBIQ
-          Exigimos la implementación de un Programa Nacional de atención a víctimas de violencia por orientación sexual e identidad de género
-          Exigimos la elaboración de un protocolo de actuación para las fuerzas de seguridad ante situaciones de discriminación o violencia
-          Relevamiento de delitos y crímenes motivados por orientación sexual e identidad de género
-          Exigimos la implementación efectiva de la Ley de Educación sexual integral
-          Exigimos el esclarecimiento y justicia por la Pepa Gaitán, y la Moma


Marina E. Y Rodrigo B.

Pandilla contra la Homolesbotransfobia