Domingo 10 de febrero de 2013
Aproximadamente 5.00 am
PLAZA
ITALIA
Rodrigo B. (21) y Marina E. (24) hablan de amor
mientras van a comprar una birra a un kiosco: “No alcanzan las palabras para el
amor, hay cosas que el castellano no llega ni a nombrar.”
-¡YO A LOS PUTOS LES PEGO!
Hombre. Aprox 35 años, aprox 80 kg. Acompañado de mujer.
Rod y Marina siguen caminando.
-¡YO A LOS PUTOS LES PEGO! El hombre se levanta
del banco de la plaza.
R. y M.:
- ¿Qué te pasa? ¿Qué te hicimos?
-VOS MOVETE, A ÉL LO MATO. Escupe a Marina,
golpea a Rod. Rod empuja una mesa de la feria.
Marina: -¡ROD, CORRÉ!
Rod corre por diagonal 74, el hombre lo corre
gritando y amenazando, Marina corre atrás, aproximadamente 2 cuadras. El hombre
se cansa, grita enfurecido.
Marina y Rod: -No lo puedo creer, hace mucho no
me pasaba algo así... (jadean)
-¡PUTOS! 2 hombres
-¡PUTOS! 5 hombres
-¡NOSOTROS MATAMOS PUTOS! 5 hombres (aprox 30
años, vestidos para salir)
Marina siente un golpe fuerte en la nuca: Hombre
1 esgrime un palo. Hombre 2 (aprox 1.80 mts, 85kg) la sostiene de los
brazos, Hombre 1 le pega repetidas veces en la cabeza, en la nuca y en la
espalda.
Mientras tanto... Rodrigo recibe un botellazo
que se rompe en su cabeza, cae a la calle. Hombre 3, Hombre 4 y Hombre 5 lo patean,
lo golpean con una cadena y botellas. Cuando Rodrigo ya no se mueve deciden que
es suficiente, y Hombre 4 se acerca a Marina y le propina una piña en la
espalda.
Marina pide repetidas veces ayuda a los 2
patovicas del boliche Hemisferio, y a la gente en general. No hay respuesta,
miran.
Marina ve a Rodrigo bañado en sangre, tiene la
cabeza abierta y las piernas heridas.
Hombre 1 y Hombre 4 se escapan en moto
Rodrigo les dice – Esto es lo más maricón que
hicieron en sus vidas.
Rodrigo intenta subir a un taxi que estaba
parado viendo todo; éste se niega.
Rodrigo y Marina se van caminando, solxs.
Hospital
Rodrigo: Múltiples heridas contuso cortantes en
cuero cabelludo y miembros inferiores (sutura.) Marca de cadena en la espalda.
Marina: Heridas contusas en cuero cabelludo y
espalda.
Esto
que narro nos ocurrió hace menos de tres días, entre la esquina de 6 y 43, y la
puerta del boliche Hemisferio; ante la mirada incólume de los transeúntes (que
se mantuvieron entre el “No te metas” apuntalado por el último gobierno de
facto; y el placer del escarnio público a un “par de putos” que, al fin y al
cabo, nos lo merecíamos), atravesado por nuestros gritos que clamaban por un
llamado a la policía, y por ayuda a los dos patovicas del boliche Hemisferio,
que nunca fueron atendidos.
“Esta
‘heterosexualidad obligatoria’ es, antes que nada, un régimen político –institucionalizado por medio de arreglos
legales, culturales y económicos– en el que el privilegio masculino y heterosexual
es sistemáticamente construido a costa de la subordinación y el desprecio hacia
lo que es percibido e identificado como femenino o en disidencia de la norma
heterosexual. “ Adrienne Rich
Durante
la golpiza los cinco hombres no dejaban
de gritarnos “nosotros matamos putos”, y a mí (Marina), mientras me golpeaban
me gritaban “puto, puto, puta de mierda”; desplazando mi identidad hacia
cualquier lugar habilitado por ellos, en la incapacidad de nombrarme lesbiana,
de reconocer en voz alta a quién y a qué estaban castigando.
En
la compleja trama de relaciones de nuestra sociedad, el homosexual (y más aún
la mujer transgénero) simbólicamente renuncia a los privilegios del varón, y
además adquiere rasgos “femeninos” con lo cual se hace acreedor de la violencia
opresiva que se reserva a las mujeres; e
incluso le representa al homofóbico una amenaza a su propia hombría y
privilegios. Al violentar al puto, estos hombres le “enseñan” a no mancillar la
categoría del varón, lo ponen en “ su lugar”, en la subordinación.
Por
su parte la lesbiana, representa directamente una amenaza a su jerarquía, ya
que no hay forma de que entre en su mundo de varón y de heterosexual; la
lesbiana atenta contra el exclusivo poder que detenta el varón sobre la mujer
como objeto de placer y de deseo, se presenta fuera de su alcance, y se
materializa como una “usurpadora” del poder del varón. Ergo, el fin último de
la violencia es excluyente, es decir, eliminarlas, o correrlas de esa
identidad; para esto, ¿cuáles serán las formas más efectivas?: asesinarlas, o
“educarlas” en la heterosexualidad, a través de las amenazas, la invisibilidad,
el abuso y las violaciones. El único lugar habilitado para las lesbianas en el
universo patriarcal y heteronormativo, es a disposición del hombre, en la pornografía
y fantasías; pero representan una amenaza y objeto de odio cuando lo
“prohibido” se hace público. Es decir, las sexualidades no normativas son
toleradas y fuente de gozo en lo privado, “al servicio” del varón tirano; pero
generan extrema violencia cuando caminan a la luz del día.
Finalmente,
las personas trans/trav condensan en su identidad, ante el terror de los
hombres, la prueba viva y orgullosa, de que el modelo dicotómico varón-mujer es
irrisorio, endeble y asequible de extinguir.
En
resumen, la violencia simbólica y física que ejercen estos varones
homolesbotransfóbicos, refuerza los límites y la distancia entre el “yo” y el
sujetx peligroso, reafirma la jerarquía del varón, y la subordinación y deseo
de exterminación de las identidades disidentes, además de “advertirnos” sobre
los riesgos de subvertir el orden jerárquico.
Todo
este odio coyuntural se enmarca en una violencia estructural, regulada por un
estado que reprime, que origina pobreza, desempleo y desigualdad como
consecuencia directa de las formas de producción y de las políticas sociales,
enmascaradas con pequeñas concesiones que no hacen más que producir pasividad e
ignorancia. Este gobierno, funcional a la iglesia y a la burguesía, violenta
pobres, villerxs, mujeres y personas LGTB, generando marginalidad y oprobio.
Este
estado, además, nos niega a las personas LGTB políticas e instituciones
análogas a las descritas en la Ley de protección para erradicar la violencia
contra las mujeres. Esta ley, triunfo del movimiento feminista, movimiento de
mujeres y LGTB, garantiza (más allá de
sus resultados inciertos) políticas públicas contra la violencia hacia las
mujeres, remoción de patrones socioculturales que promueven la desigualdad de
género y las relaciones de poder sobre las mujeres, acceso a la justicia de las
mujeres que padecen violencia. Todas medidas tendientes a la igualdad entre el
hombre y la mujer, los dos géneros reconocidos, que (más allá de la manifiesta
y violenta opresión de aquél a ésta) EXISTEN. Sin embargo, no hay
reconocimiento de la necesidad de regular la violencia que se ejerce contra las
identidades disidentes, que atentan contra la heterosexualidad
institucionalizada y obligatoria y su sistema dicotómico que excluye y violenta
todas las otras subjetividades.
Modificar
leyes, hacerlas más efectivas, aumentar penas... Sin duda las leyes tienen
consecuencias reales y también simbólicas, pero no serán nunca efectivas si no
hay cambios sociales, no mientras la moral y la cultura sustenten el odio. La
homofobia y los prejuicios sexistas son una práctica colectiva, eminentemente
masculina, organizada e institucionalizada, sea ilegal o no, motorizada por los
medios de comunicación, nuestras familias, y nosotrxs mismxs.
Desde
su consolidación, el sistema patriarcal y heteronormativo intenta subyugar
nuestras identidades a través no sólo de la violencia explícita: amenazas,
golpes, asesinatos, insultos, escupitajos; sino también perpetuando la
violencia simbólica: ridiculizando a gays, lesbianas y personas trans en las
publicidades, en los programas de televisión (incluso en los “progres” y
oficialistas como peter capusotto), reafirmando estereotipos prejuiciosos,
invisibilizando las identidades LGTB de las víctimas de agresiones (caratulándolas
como peleas callejeras, inseguridad, crímenes pasionales.)
Este
odio se gesta y se reafirma, de hecho, en nuestras casas, como una forma de
violencia aparentemente sutil que está siempre presente en nuestros
imaginarios, y que no parece abiertamente conflictiva: la reafirmación en las
casas y escuelas del modelo impuesto de nena/mujer (débil, sumisa, madre,
sensible, limpia, complaciente) y de nene/hombre (agresivo, sexual,
inteligente, valiente, práctico); los juegos que se le imponen a cada género;
la desvalorización de las identidades de niñxs LGTB que son agredidxs y
burladxs por familia, compañeros y docentes; los insultos que nuestras propias
familias y amigxs esgrimen a diario (puto, puta, tortillera, machona, trava,
culorroto, chupapija) y que incluso son bandera de movimientos sociales y partidos
de izquierda “revolucionarios” al momento de agraviar a los políticos más
miserables.
Para
generar un cambio consistente en la sociedad, que revierta –con prioridad- la violencia física y, más profundamente, la
violencia simbólica y cultural; es urgente una revolución en las plazas, en las
casas y en las camas: vivamos en el compromiso de eliminar en las casas y
escuelas juegos y juguetes sexistas, buscar alternativas frente a los
estereotipos y performatividades que se esperan de lxs niñxs, eliminar la
heterosexualidad obligatoria en los procesos de escolarización, derrocar el
sistema patriarcal y las relaciones asimétricas sexistas en los hogares, educar
en el respeto hacia lo diferente, eliminar los agravios homolesbotransfóbicos
de nuestro idioma.
-
Exigimos una Ley de protección para
erradicar la violencia contra las personas LGTTTBIQ
-
Exigimos la implementación de un
Programa Nacional de atención a víctimas de violencia por orientación sexual e
identidad de género
-
Exigimos la elaboración de un protocolo
de actuación para las fuerzas de seguridad ante situaciones de discriminación o
violencia
-
Relevamiento de delitos y crímenes
motivados por orientación sexual e identidad de género
-
Exigimos la implementación efectiva
de la Ley de Educación sexual integral
-
Exigimos el esclarecimiento y
justicia por la Pepa Gaitán, y la Moma
Marina
E. Y Rodrigo B.
Pandilla
contra la Homolesbotransfobia